Las calladas son las peores
Quieta, silente, ensimismada. Si
alguien me tomara una foto infraganti, es así como saldría. “Tímida” es la
primera palabra que salía a colación si me pedían describirme, hoy optaría por
“introvertida”, soy consciente de mi transición. “Las calladas son las peores”
es una frase tan injusta como milenaria, cada vez que la escucho mi puño se
cierra en descontento y mi boca se abre para plantar un reverendo boche, que
siempre germina. Hay cierta intolerancia a las mujeres silentes, se cree que
hay un fusil tras nuestra lengua
discreta, esperando el momento oportuno para disparar. Nuestra tranquilidad les
alerta, nos ven como una especie de caldera que en cualquier momento ha de
incendiarse. Somos como un obsequio envenenado, si desatan el listón la maldad saldrá
a relucir; pero sobre todo, y que no se olvide porque es el enunciado más común:
“La musiquita la llevamos por dentro”. Debo admitir que este último refrán no
es tan irritante, los introvertidos somos personas interiores, disfrutamos la
soledad mucho más que la exposición, y a diferencia de lo que se cree tenemos
habilidades sociales, que no estamos dispuestos a ejercitar con todo el mundo.
Somos estrictamente selectivos, es muy probable que la gente con la que
intimamos se pueda contar con los dedos de una mano. Así que para todos aquellos que anhelan
descubrir lo que se esconde bajo nuestras capas de mutismo, quiero anunciarles
que no escondemos nada, simplemente somos así.
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En una ocasión alguien me llamó para contarme que me vio bailando, y que
estaba “sorprendido”, no esperaba verme
tan desenvuelta en virtud de mi “timidez”. Le sugerí que también debía
sorprenderse de verme exponer en clase, porque además de que la gente piensa
que los tímidos no bailan, ni viven, y están excluidos de realizar actividades comunes,
también se suele afirmar que tenemos
miedo escénico. La gente se exaspera —“tan calladito que se ve y míralo”—, porque
creen que intentamos guardar una apariencia, que buscamos proyectarnos como santos
hasta ser canonizados. Les cuesta digerir que la introversión es un atributo de
nuestra personalidad, no una máscara que nos quitamos y nos ponemos.
La timidez
y la introversión no son lo mismo, les afirma quien fue pez de ambas aguas.
- La timidez es rechazar una invitación el domingo por la noche porque las interacciones sociales te causan ansiedad, la introversión es rechazar la misma invitación simplemente porque prefieres quedarte en casa viendo una película, y lo asumes.
- La timidez es el aislamiento al que te sometes pon pensar que eres torpe entre la gente, la introversión es el tiempo que pasas a solas contigo mismo, por puro placer.
- La timidez son las manos sudorosas cuando no sabes llevar una conversación, la introversión es la tendencia al silencio, siempre que una charla no te sume.
- La timidez es el miedo a sentirte raro y observado, la introversión es amar tus hábitos, tus gustos musicales, tus intereses e ideas por muy peculiares que resulten. La timidez es bajar la cabeza cuando alguien te etiqueta, la introversión es la risa sarcástica cuando alguien te llama “antisocial” sin siquiera saber la implicación de ese término.
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La timidez es una sensación incontrolable, la
introversión es casi una decisión. No soy buena con las distinciones, pero
tengo completa certeza de que ni la timidez, ni mucho menos la introversión son
enfermedades, “ni averías del ser humano que deben ser reparadas”, como diría
la autora Jenn Granneman. Con esto no digo que los tímidos y los extrovertidos
sean perfectos, con esto quiero recordar que los extrovertidos tampoco lo son.
Como seres humanos estamos en un constante pulir y refinar de nosotros mismos,
TODOS, independientemente de esa impronta congénita pero aun así maleable, que
es LA PERSONALIDAD. Claro que tenemos limitaciones, por supuesto
que también luchamos con nuestros defectos, pero debe quedar claro que esa
lucha va orientada a ser mejores personas, y no a modificar nuestra
introversión; pues debo repetir que no se trata de una enfermedad, son unos lentes
distintos con los cuales ver y disfrutar la vida. La sociedad nos ha vendido este cuento de que
la extroversión es lo normal, casi nos convencen de que hay algo terriblemente
dañado en nosotros. Nos diagnostican “fobia social” sin ser psicólogos y sin
haber sostenido un DSM en todas sus vidas. Hace cuatro años me hice de la palabra introvertida, entendí que si los
bullosos no molestan, los callados tampoco. Dejé de justificar que hay momentos
en que disfruto de la soledad y necesito mi espacio. Aprendí a ignorar las
bocas abiertas cuando me ven bailar, saltar, enojarme o ser irreverente. Al parecer surge cierta incredulidad cuando un
introvertido actúa como un ser humano promedio, sé vivir con esa absurda reacción
y burlarme de la misma. En caso de duda general, aseguro que tenemos las mismas fibras, huesos y tejidos que otros, pero no nacimos para ser libros
abiertos. Sabemos escuchar como nadie, no todos los ambientes nos inspiran, y
escogemos personas y contextos. He aprendido tantísimas cosas en el proceso de
aceptarme, pero resalta entre ellas la convicción que los peores no son los
callados, los peores son los intolerantes…
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