Las calladas son las peores Quieta, silente, ensimismada. Si alguien me tomara una foto infraganti, es así como saldría. “Tímida” es la primera palabra que salía a colación si me pedían describirme, hoy optaría por “introvertida”, soy consciente de mi transición. “Las calladas son las peores” es una frase tan injusta como milenaria, cada vez que la escucho mi puño se cierra en descontento y mi boca se abre para plantar un reverendo boche, que siempre germina. Hay cierta intolerancia a las mujeres silentes, se cree que hay un fusil tras nuestra lengua discreta, esperando el momento oportuno para disparar. Nuestra tranquilidad les alerta, nos ven como una especie de caldera que en cualquier momento ha de incendiarse. Somos como un obsequio envenenado, si desatan el listón la maldad saldrá a relucir; pero sobre todo, y que no se olvide porque es el enunciado más común: “La musiquita la llevamos por dentro” . Debo admitir que este último refrán no es tan irritante, los intro...
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El size de las mentiras
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De mis 21 años de vida, al menos 15 de ellos deben haber transcurrido en una guagua. La satisfacción de obtener el asiento que da a la ventana no me es indiferente, llegar temprano para conseguirlo es de los pocos placeres del transporte público. Quien viaja con frecuencia sabe que en cada asiento va un personaje pintoresco, el típico oloroso al que todos le huyen, o un erudito en potencia, que desea alardear su saber contigo (aunque insistas en ponerte los audífonos). Los debates más acalorados de mi vida los he presenciado como pasajera de una guagua, ni siquiera las discusiones sobre la despenalización del aborto en el congreso argentino (que me robaron toda la atención), se comparan a la intensidad de los argumentos de carretera. Debo admitir que he detenido canciones para atender los tópicos de esa gente tan “opinionated”. source Como oyente entrometida el tema que más me marcó fluía justo delante de mí, un cristiano con la mano atestada de tratado...
De juicios, prejuicios y habichuelas quemadas.
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Quizá sea discriminación de mi parte, pero el agrado que siento por las personas es directamente proporcional a la poca frecuencia con la que juzgan. No lo puedo evitar, me parece repulsivo especular sobre alguien con quien solo compartimos el “hola, ¿Cómo estás?”, de esa breve vez al mes en que le vemos. La opinión amarillista sobre el curso del destino de otros, lo que en mi infancia se conocía como “el complejo de vecina chismosa” ha regresado. Pido un minuto de silencio por todas las habichuelas carbonizadas en razón de los prejuicios, estudios revelan que por cada calumnia levantada, un caldero de legumbres perecía. Relaciono conocimiento con cercanía objetiva, entiendo que si no estoy lo suficientemente próxima a la realidad de otra persona, si no he tenido conversaciones profundas y extensas con ella, que me permitan comprender sus circunstancias, voy a escucharme temiblemente ridícula comentando una existencia que escapa mi dominio. Solo puedo comparar la vergüenza,...